Es un anciano que viste alegres y sucias ropas de un futuro extinguido, observa postrado en la avenida con mirada triste, pero colmada de historias. Su deteriorada vestimenta desprende un fuerte aire de nostalgia que de inmediato roba la mirada de quien pasa por ahí y lo obliga a preguntarse de dónde viene, qué hace ahí siendo tan distinto. El choque producido por su porte comparado con el de los vecinos que lo acompañan no puede más que provocar encanto, es uno de tantos testimonios de antaño que le comunican al presente que sí: que lo intentamos, que hubo experimentos, que hubo esfuerzos para revolucionarlo todo. Es un testigo de que todo está en movimiento y un fiel creyente de que incluso él mismo debía mutar. Pero no lo hizo, se quedó así, impasible, quieto, viendo al tiempo pasar, asombrándose al mirar que el futuro que llegó no es como el que a él le contaron, pero portando con orgullo cada una de sus flexibles (aunque perennes) y viejas ideas. Hoy es un viejo a punto de partir, resignado a darle paso al mundo que es hegemonía. Quienes saben de su trascendencia, y ante la inminencia de su desaparición, no pueden más que llorarle al abuelo de estrambótico uniforme.
La Nakagin Capsule Tower (Kisho Kurokawa, 1972) se quedó atrapada en el tiempo, pero más bien en un tiempo futuro que nunca llegó. Fue el primer edificio de cápsulas jamás construido en todo el mundo pensado para tiempos venideros; se trata de una de las obras estandarte del Movimiento Metabolista japonés, un conjunto de ideas basado en la constante renovación a la que este país asiático se encuentra tan ligado: ciudades enteras con lapsos de vida cortos que se renuevan a cada instante.
El Metabolismo en Arquitectura, iniciado por Kenzo Tange en los cincuenta, fue un movimiento japonés de la posguerra que impulsaba un resurgimiento del derrotado país de cara al porvenir. Se planteaba que, dadas las condiciones geográficas y demográficas de la capital de la isla, sería posible ganar espacio con estructuras urbanas y edificios articulados que mutaran y se renovaran continuamente, proyectos interconectados, expandibles, algunos elevados, pero siempre preservando el principio del reciclaje. Una forma de repensar el diseño de manera orgánica para la sociedad del futuro. En el caso de esta torre se diseñaron 140 cápsulas habitables de 2.3 por 2.8 m. El tamaño tan reducido obedece a que estaban pensadas para ser habitadas por los salary men tokiotas: asalariados que sólo estaban en Tokio para trabajar, sin familia, a los que una cama, un pequeño módulo de entretenimiento y un baño les serían suficientes. Si era necesario, las cápsulas se podían interconectar entre sí para hacer más grande la habitación.
Ubicado en Shimbashi, uno de los barrios de negocios y de entretenimiento de la capital, es un edificio que parece poco conocido por los ciudadanos de a pie. No es raro preguntar por este hito a los transeúntes de esta urbe y encontrar que no saben de su existencia. Pero la Torre Nakagin de Kisho Kurokawa es un verdadero diamante de la arquitectura del Siglo XX que está a punto de desaparecer. Originalmente la idea era renovar las cápsulas cada 25 años, pero esto jamás se hizo. Al día de hoy no se ha podido encontrar quien financie semejante empresa de sustitución dado su elevado coste. Los interesados en el tema pelearon mucho para que se conservara, pero con su reciente venta a un grupo inmobiliario, hoy prácticamente es un hecho que será demolida.
Hoy, esta superlativa escultura, se encuentra en tal estado de deterioro que precisa redes protectoras para evitar cualquier accidente por desplome hacia la acera, el tiempo se ha encargado de convertirlo en un ente que parece estar presto a difuminarse junto a las ideas de futuro que le dieron vida. Quienes tienen la dicha de observarlo y aquilatar su poderosa impronta conceptual esperan que algo suceda, que al final de la historia el viejo sea salvado y siga relatando al mundo todo lo que todavía tiene por decir.