El legado de Marc Augé

“Si un lugar puede definirse como espacio de identidad, relacional e histórico, un espacio que no pueda definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar... un mundo así prometido a la individualidad solitaria, a lo efímero, al pasaje...”.
Marc Augé.

El no-lugar, probablemente uno de los conceptos más estudiados tanto por arquitectos como por urbanistas y diseñadores en general; pero también quizá una de las ideas más difíciles de asir en su compleja estructuración semántica. El no-lugar, para Marc Augé, enmarca sitios prevalentes en la época de la sobremodernidad, concepto desarrollado por el autor que describiría un tiempo de exceso de información, de acontecimientos y de súper abundancia espacial donde se enfatiza el valor de las nuevas tecnologías para superar las limitaciones naturales.


En este ambiente estaríamos viviendo con una sensación de excesiva rapidez de los sucesos de nuestra historia como grupo social y, al mismo tiempo, de una constante caducidad inmediata de los mismos, donde resultaríamos más una especie de espectadores a los que les es difícil llevar el ritmo de los días. Aunado a esto, los espacios físicos se verían también afectados por la sobremodernidad, donde, precisamente la híper abundancia de cosas, de relaciones, de contactos, de eventos, de estímulos y de sucesos, produce espacios residuales que quedan más allá de los lugares antropológicos y que vendrían a conocerse como no-lugares.


Para la etnología, el lugar es la invención que de un espacio sus habitantes reivindican como propio, y esto se hace patente en los relatos de fundación: que normalmente incluyen a los primeros habitantes del lugar. Los colectivos sienten la necesidad de tener identidades compartidas que fundan en sus lugares antropológicos, espacios que cuentan al menos con tres características: son identificatorios, relacionales e históricos.


Por otro lado, un mundo que genera tanto consumo, ha producido espacios que no lo son y donde habitamos, pero no: estamos en el supermercado consumiendo, pero no estamos del todo ahí; estamos de tránsito, pero no pertenecemos del todo ahí ni nuestra atención está puesta al cien por ciento en lo que ahí hacemos, “un mundo prometido a la individualidad solitaria”. Para Augé, el lugar y el no-lugar vienen a ser polaridades falsas: el primero existe y nunca se borra del todo; mientras que el no-lugar no se completa nunca en su totalidad.
Augé identifica sitios de tránsito como no-lugares, espacios destinados a “no-estar” ahí, simplemente a ser un agente de consumo: hoteles, estaciones de transporte, clubes de vacaciones, e incluye los campos de refugiados, “barracas miserables destinadas a desaparecer o a degradarse”.


No-lugares que son, al final, espacios que existen, y que sin embargo provocan irremediablemente el marco para la vida, para la interacción, que podrían ser de igual manera vistos, por algunos, como oportunidades de accionar, de interaccionar, de conocer e incluso de ser disfrutados. Una larga estancia en un tránsito entre aviones puede ofrecer también fruición bajo ciertas circunstancias y para algunas personas, si se sabe aprovechar, puede suscitar momentos, encuentros y descubrimientos. Consumimos, sí, quizá sea lo principal que hacemos en ellos, pero no podemos jamás desprendernos de nuestra naturaleza humana de curiosidad, de aprendizaje y de entusiasmo por comunicarnos. Transitar en un avión, dejando de lado el cansancio que puede provocar según el itinerario que se enfrente, pone frente a nosotros la oportunidad de recogernos hacia nuestro fuero interno, de enfrentarnos a los propios pensamientos, al aburrimiento que provoca divagación, y esta, potenciales grandes ideas; sugiere retrotraernos y pensar, simplemente pensar, mientras por la ventana del no-lugar la sobremodernidad de Augé nos mira con recelo reclamando más consumo de nuestra parte.


El día de ayer se fue Marc Augé, el autor de este sensacional debate conceptual, semiótico y gnoseológico, pero, como vemos, deja con nosotros ideas trascendentales de cómo se experimenta el mundo y los fundamentos que el día de hoy construyen las interacciones humanas con el prójimo, consigo mismo y con los lugares que habitamos, pero también con esos no-lugares que… ¿no habitamos?  


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