La vida de una utopía

La vida de una utopía

El mundo que recibió con ánimo exacerbado el modelo de desarrollo orquestado por el pensamiento racional se vio, a la postre, en igual medida decepcionado por sus resultados. Contaminación, desperdicio, discriminación, hambrunas, guerras ideológicas, migraciones masivas… ¿Era este el destino que se esperaba tras la llegada de la razón como eje central de la construcción social?


En arquitectura y urbanismo, los procesos engendrados por el pensamiento racional y materializados después por la Revolución Industrial trajeron consigo nuevas necesidades: el crecimiento de la ciudad exigió nuevas formas de construir, más rápido y con más eficiencia; la aparición de nuevos géneros edilicios hizo necesario echar mano de los nuevos materiales que la producción en serie daba en abundancia: acero, cristal, prefabricados… Se hicieron primordiales las fábricas de maquinaria, la máquina, el gran invento del siglo XVIII necesitaba dónde ser construida. Estos progresos surcaron tipologías de edificio y ya en el XIX llegaron a las oficinas, los primeros rascacielos de la Escuela de Chicago: los esqueletos de acero hacían ahora posible construir en altura y, con ello, ganarle espacio al suelo y así aprovechar más su valor que, por esos días, gracias a la llegada de la ciudad moderna, cada vez se elevaba más.

Nacimiento

Con el movimiento moderno, que vio su génesis en las postrimerías del XIX, pero que tuviera su máxima potencia bien entrado el XX, las nuevas ciudades fueron propuestas como un ejercicio de hiper racionalización del espacio, y con ello, la zonificación al extremo. Separar actividades, un futuro con luz natural, aire fresco y zonas verdes para los ciudadanos, eran las banderas que Le Corbusier enarbolaba para la vida plena del nuevo ser humano en su Ville Radieuse: ciudades donde la calle no existiría, sólo el origen y el destino, que serían salvados por el invento del siglo: el automóvil.


Grandes espacios verdes rodearían los edificios, todos con los mismos principios formales fundamentales, no había necesidad de lo contrario, “un edificio para todas las naciones y todos los climas”1, diría Le Corbu; al fin y al cabo “en líneas generales, las necesidades de la vida son las mismas para casi todo el mundo”2, como secundaba Walter Gropius, otro pilar indispensable del movimiento. Prescindir del adorno, ahorrar también en este aspecto criminal de la lujosa extravagancia del ornamento, como lo denominó Adolf Loos3. Construcciones elevadas del piso para garantizar al máximo la asepsia, cuya importancia había sido una dura lección de las epidemias de siglos pasados.

Madurez y declive

Un espacio bien definido para trabajar y otro para vivir. La racionalización también alcanzó a la vivienda y con ello la hiper densificación del entorno habitable: 10,000 habitantes por hectárea era lo ideal para Le Corbu, más si era posible.


El sueño comenzó a desmoronarse. Cuesta aceptarlo, pero la herencia del estilo internacional, así denominado precisamente porque sus modelos de edificio podían ser encajados en cualquier latitud, ha sido cuestionable. ¿Qué hay de racional en imponer edificios al más puro estilo de Mies, todo con piel de cristal, en un sitio donde se necesita de un gasto irracional (pun intended) en control climático a fin de no habitar un horno en verano?, ¿qué hay de racional en construir sin “criminales adornos”, con la ligereza que trajo la industria, pero con una inherente evanescencia si la comparamos con otras formas de construir y que encarna un inevitable y permanente gasto en mantenimientos?

Muerte anunciada

Para Charles Jencks, arquitecto y teórico de la arquitectura, la muerte del movimiento moderno tiene fecha y hora: 15 de junio de 1972 a las 15 horas y 32 minutos, momento en que el conjunto habitacional de Pruitt-Igoe, uno de los primeros experimentos del utopista estilo internacional en lo habitacional, fue demolido. Este monstruo de concreto, acero y cristal fue comprado como suvenir en Europa e instalado en San Luis, Misuri. Comprado como teoría y encajado por la fuerza como práctica a miles de kilómetros. Construido por Minoru Yamasaki, autor también de las Torres Gemelas atacadas en 2001 en Nueva York, Pruitt-Igoe era un conjunto de 33 edificios de, 15 niveles cada uno emplazados en 23 hectáreas.


En 6 años el conjunto estaba abandonado en dos terceras partes y ya el propio estado alentaba su desalojo. Las razones eran la degradación del sitio y la delincuencia creciente en sus instalaciones, “Nunca pensé que la gente fuera tan destructiva”4, declararía su autor.


En honor a la verdad bien vale preguntarse aquí, ¿cuáles fueron las implicaciones reales del objeto construido y su diseño en estos resultados negativos?, sería difícil esperar que disciplinas como la arquitectura o el urbanismo resolvieran todos los problemas de convivencia humana en comunidad, sin embargo, también es cierto que pueden ser usados como herramientas paralelas para avanzar en su solución, herramientas que serían sólo complementarias. ¿Será entonces que hay responsabilidades compartidas?, ¿será que los actores ciudadanos, políticos y de gobierno que gestionan la convivencia, el acceso a educación y a oportunidades de desarrollo humano tienen algún papel importante aquí?

Funerales… O no.

Los férreos opositores del racionalismo arquitectónico no dejan pasar ejemplos como Pruitt-Igoe para exhibir los errores que, señalan, serían los genes provocadores de su fracaso. Un fracaso que no termina de ser, el movimiento moderno sigue aquí, lo vivimos a diario, lo construimos siempre, las ciudades latinoamericanas siguen creciendo con los emblemas racionales en su estructura: el automóvil sigue reinando, la manera de construir y de diseñar sigue privilegiando muchos de los principios aquí expuestos.


De líneas frías, diáfanas y áridas, el estilo internacional, que sigue metiéndose con calzador aquí y allá, tendría a Gropius, Le Corbu y sus amigos, todos hombres de su tiempo, muy orgullosos.

 

1 Le Corbusier, Précisions sur un état pré- sent de l’architecture et de l’urbanisme, París, 1930, p. 64. M. Roth, L. (2013).
2 Gropius, Walter, “Principles of Bauhaus Production”, en Conrads, Ulrich, Programs and Manifestoes on 20th-Century Architecture, Cambridge (Massachusetts), 1970, p. 96.
3 Loos, Adolf, Ornament and Crime, 1908; versión castellana: en Ornamento y delito y otros escritos, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 19792, 1980.

4 Patterson, James T. (1997). Grand Expectations: The United States, 1945-1974, p. 336.


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