Nombrar la historia

Asir la historia es empresa difícil, interpretarla, valorarla y, más aún, acotarla, se ha convertido en una utopía que siempre depende de quien esté leyéndola y de sus sesgos políticos, ideológicos, o culturales.


¿Cómo acotamos lo que hoy conocemos como Edad Media?, ¿en qué momento comenzó la época moderna?, ni siquiera podemos ponernos de acuerdo en qué evento inaugura este fundamental momento: la Caída de Constantinopla, el Descubrimiento de América… Puede ser difícil pensar que, aún cuando nosotros (la gente del siglo XX o XXI) hablemos ya de la edad moderna instaurada en 1400, algunas prácticas con características claramente feudales sigan existiendo. Pocas certezas entrega una periodización tan tajante, pero ciertamente es siempre necesario englobar periodos, clasificar eventos y otorgarles un nombre, esto estructura y materializa de una u otra manera devenir de los tiempos en la mente humana.

Traslapes

Cuando clasificamos la labor arquitectónica y le otorgamos nombre a los estilos o movimientos sucede algo muy similar, los traslapes de lo material acaecidos en el tiempo resultan un emocionante vestigio de la difuminación de expresiones artísticas, que puede ser observado a manera de pistas, a la vista de todos expuestas, que permiten conectar nítidamente prácticamente cualesquiera expresiones. Por ejemplo, es posible sugerir una conexión entre siglos, no directa ni falta de quiebres por supuesto, que va de los primeros racionalistas renacentistas al trabajo posmoderno de Robert Venturi.

Estos traslapes estilísticos son abundantes a lo largo de la evolución arquitectónica y basta escarbar un poco para encontrarlos, revisemos al azar algunos puntos álgidos de este fenómeno.

El gótico alcanza a la arquitectura renacentista

El Renacimiento y el revolucionario humanismo que lo cimentó, el alejamiento del orden divino y el acercamiento del hombre al centro de su devenir de la mano del racionalismo que la época vio nacer, reflejó también en sus edificaciones este espíritu, ahora la arquitectura no se haría más observando las tradiciones eclesiásticas, sino atendiendo al racionalismo matemático y al intelecto de sus autores.

La identificación de esta nueva manera de producir lo construido no fue en absoluto un tajante abandono de otras expresiones: mientras ya se tomaba a Vitruvio y sus Diez Libros de Arquitectura como la nueva guía de la arquitectura renacentista, retomando y reinterpretando las formas clásicas, y Bruneleschi por primera vez ponía en práctica las ideas de la racionalización del espacio en el Ospedale degli Innocenti en Florencia, proyectado en 1419, siempre en ese afán de probar que el intelecto humano podía dejar de conformarse con lo mediocre y era capaz de ser todo lo que desease, en el año 1515, siglo XVI, se terminaba capilla del King’s College de la Universidad de Cambridge todavía en gótico, estilo inaugurado en el lejano 1141 en la iglesia abacial de Saint Denis.

No olvidemos que el propio Palacio de Westminster de Londres fue construido en un estilo neogótico ya en el año de 1865, mediados del siglo XIX, distancia en el tiempo y en la técnica que otorgarían el prefijo “neo” a este nuevo estilo que, por lo demás, respetaba los principios formales básicos de su vetusto antecesor.

Barroco incluso en las postrimerías del siglo XVIII

Llegó el siglo XVII acompañado del barroco, emanado del manierismo[1], que sugería ya la búsqueda de una nueva expresión en el edificio echando mano de una teatralidad exacerbada para generar impacto emocional y reavivar con ello lo religioso, una forma de trabajar que se ha identificado como poco sincera estructuralmente hablando. Un estilo totalmente confrontado con la arquitectura del renacimiento en la expresividad de formas, ambigüedad y complejidad. El traslape de estilos en este caso abarca prácticamente un siglo, pues uno de los ejemplos más logrados del barroco y también de los últimos de este periodo, la iglesia de Vierzehnheiligen, en Franconia, al sur de Alemania, fue terminada por el arquitecto Johann Balthasar Neumann en 1772, prácticamente en el último cuarto del siglo XVIII, con la Revolución Industrial ya iniciada.

Coincidió la realización de este edificio barroco con la de uno que enarbolaría una manera totalmente distinta de trabajar, se trata de la iglesia de Santa Genoveva de París que en 1755 estaba a medio construir, uno de los primeros edificios neoclásicos de Francia, que incluía columnas con función estructural bien definida y bóvedas auténticas, no sólo cáscaras de yeso soportadas por una estructura de madera oculta, contrastando con el barroco y en el rococó. “Vierzehnheiligen es una quimera; Sainte-Geneviève es real”, asegura el historiador de arquitectura Leland Roth.

Neoclásico del XVIII que viaja hasta el siglo XX

Las traducciones de los libros de Palladio al inglés y a otros idiomas fueron sin duda un aliciente para el retorno de la racionalidad espacial clásica en el siglo XVIII, cuando el rococó era considerado “síntoma de afectación y corrupción” de los reyes franceses Luis XV y Luis XVI.

Enfadados con esa “corrupción” estilística, es entonces cuando muchos arquitectos, comenzando en Inglaterra y Francia, recalan en el neoclásico, que emanó de un regreso a la racionalidad espacial que, sin embargo, no quiso recurrir del todo a los principios renacentistas. La trascendencia de este estilo fue tal que se convirtió en el preferido para las edificaciones públicas en países tan distantes ideológicamente como Estados Unidos y Cuba, cuyos capitolios están edificados en neoclásico, ambos del siglo XX: el cubano terminado en 1926 y el estadounidense en 1928.

Los impactos de la era industrial

Fue en el siglo XVIII cuando aparece la Revolución Industrial, y con la máquina como su máximo estandarte, una manera más rápida de producir materiales como el acero y el cristal, que verían su momento en el siglo XIX. Es en este siglo cuando se convoca por primera vez a la exposición de productos industriales en la Exposición Universal de Londres en 1851. Las nuevas maneras de construir de la época quedarían patentes en el proyecto para el edificio de la exposición, el famoso Crystal Palace: un enorme invernadero de 70,000 metros cuadrados perfecto para albergar las enormes maquinarias que se expondrían en él. El edificio cubría un claro de 14.6 metros a partir de columnas de acero, paredes y techo de cristal. Estaciones de tren, fábricas, puentes, naves para exposiciones, fueron, entre otros, los géneros edilicios que se beneficiaron del acero y el cristal como materiales novedosos de construcción.

Preceptos funcionalistas que aparecen en el siglo XIX

Henri Labrouste terminaría en 1850 un edificio verdaderamente icónico: la Biblioteca de Sainte-Geneviève que, apoyado también en el acero, y con su idea de que “en arquitectura la forma siempre debe ser apropiada a la función para la que se pensó”, inauguraría los principios del funcionalismo, máxima que sería adoptada como bandera por los arquitectos modernos del siglo XX, resumida en “la forma sigue a la función”. No olvidemos que la búsqueda de la racionalización espacial tiene larga data y ha aparecido en distintos momentos: desde los renacentistas que ya buscaban el ahorro en lo construido, los trabajos de la era de la ilustración, las expresiones neoclásicas, etc.

Lo moderno…, que no se acaba

La búsqueda de la racionalidad en la construcción de espacios tuvo su punto álgido con la arquitectura del movimiento moderno, durante el siglo XX que, sin embargo, no vio acabadas experiencias arquitectónicas anteriores, ejemplos como los capitolios neoclásicos alrededor del mundo ya han sido aquí señalados.

Con unas primeras ideas gestadas en el lejano siglo XIX, pero fundamentadas en principios clásicos de racionalidad, y en cuyo recorrido encuentran a Labrouste, Loos y Behrens sin duda alguna, el estilo internacional, como también se ha definido al movimiento moderno, sigue patente en pleno siglo XXI, ¿cuántos rascacielos, independientemente de su uso, siguen construyéndose como aquel con el que Mies van der Rohe inauguró el nuevo edificio en altura con las torres de viviendas de Lake Shore Drive, Chicago, en 1951?; ¿cuántos conjuntos de viviendas, sobre todo en América Latina, siguen haciéndose con los principios de Le Corbusier en la Ciudad Radiante, plan presentado por primera vez en el casi centenario 1924?

Traslapes personificados

Los traslapes estilísticos, por supuesto, no sólo se encuentran a lo largo de las fechas, sino también en el trabajo de un mismo arquitecto. Muchos de los grandes maestros han entrado en esta dinámica. Un caso que resalta es el de Le Corbusier: el estilo racionalista con el que identificamos al maestro suizo con base en plantas libres, cuerpos elevados del terreno natural, cristales en toda la fachada, expresiones todas reunidas en su Villa Saboye de 1931, poco tienen que ver con su capilla de Ronchamp de 1955, hija ya más bien de un expresionismo bien formado que bien podemos ligar a edificios posteriores tales como la Torre Einstein, del año 1921, construida por Erich Mendelsohn; o la Opera House de Sídney, de Jørn Utzon de 1973.

Otro caso de traslapes estilísticos en un solo arquitecto es el del discípulo de Mies van der Rohe y coautor del edificio Seagram de 1958: Philip Johnson, entonces férreo exponente del movimiento internacional, que incluso bromearía con su nombre llamándose a sí mismo “Mies van der Johnson”, comenzaría a explorar expresiones muy alejadas de la escuela internacionalista; primero, en 1960 en su llamado Relicario de la Nueva Armonía, conocida como “la iglesia sin techo”; y después en 1983 en su edificio AT&T, que remataría con un frontón clásico, que entraría ya en un historicismo posmoderno que buscaba regresar a la comunicación expresiva con el usuario.

La inasible historia y un hilo interminable

El recorrido que aquí se propone no es una exhaustiva revisión de cada edificio emblemático de la historia, por supuesto, es sólo una serie de saltos que pretenden verificar que, efectivamente, los estilos en el tiempo son reflejo de su entorno social, que suelen ser elásticos con las épocas y que sus fronteras son difusas. El hilo que une la arquitectura representa una estimulante constatación de cómo se ligan las ideas y las maneras distintas de hacer arquitectura, algunas veces totalmente contrapuestas. Queda con esto claro que, así como la historia, la expresión artística y arquitectónica no es tema cerrado, no son entes detenidos en el tiempo que puedan asirse, sino que extienden sus brazos entre sí, se enriquecen y se retroalimentan permanentemente, y que podemos apenas hacer un intento por nombrarles y agruparles cuando son de alguna manera identificables en el tiempo y características.

[1] En el manierismo encontramos una profunda intención de romper con el racionalismo dictado por la arquitectura renacentista, ese rompimiento se daba de manera sutil mediante el capricho personal de los autores. Resulta difícil no conectar este espíritu reformista frente al racionalismo con las expresiones que Robert Venturi inauguraría más de 300 años después en el siglo XX, renunciando al movimiento moderno con el estilo que hoy englobamos como posmodernismo.

Bibliografía

ROTH, L. Entender la arquitectura: sus elementos, historia y significado. Barcelona: Editorial Gustavo Gili, 2013.


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